Director: Dra. Natalia López Castro
Los procesos de transformación social y económico-productiva característicos de los últimos treinta años del desarrollo capitalista global han afectado de un modo particular al espacio rural, modificando, en diferentes grados y con matices según las regiones, su estructura social y sectorial, su cultura, su identidad y su paisaje. En ese contexto, desde la década de 1970 se produjeron en Argentina una serie de cambios tecnológicos, productivos, en las estructuras institucionales y políticas (con un importante retroceso de la regulación estatal y el avance de una matriz mercado-céntrica) y en la subjetividad de los actores económicos, y se consolidaron tendencias de concentración productiva, económica, y en alguna medida de la tierra. Esto implicó paulatinos cambios en las estructuras sociales agrarias, como por ejemplo su progresiva “dualización” (Tsakoumagkos, 2002), y en las características de los actores sociales agrarios, que se aceleraron marcadamente en las últimas dos décadas. Además, el proceso de concentración, asociado al fenómeno de agriculturización (Manuel-Navarrete et al, 2005), y expansión de la frontera agrícola, aceleró y profundizó la tendencia largamente instalada de migraciones del campo a la ciudad, consolidó la estructura oligopólica de la producción agroalimentaria (en detrimento del acceso democrático a la alimentación) y condicionó los modos de articulación, resistencia o subsistencia de los diversos actores respecto de ese proceso.
Una peculiaridad de estas profundas transformaciones es que no fueron acompañadas por la articulación de resistencias sociales y políticas sistemáticas y sostenidas en el tiempo, a pesar de que su devenir implicó la expulsión, marginación o subordinación de una cantidad significativa de productores. Una explicación podría estar relacionada a que, en este nuevo contexto, se desarrolló una nueva “alianza de clases o de fracciones de clases” que contiene a (o en la que se sienten contenidos) buena parte de los actores del sector; o bien podría vincularse a que se logró articular una discursividad sobre las transformaciones en el sector con gran eficacia interpelativa, generando una aceptación de los cambios en la mayoría de los actores involucrados (más o menos directamente) en la actividad agropecuaria. Una tercera línea de argumentación puede vincularse al hecho de que, en las décadas anteriores a la intensificación de la concentración, se produjeron una serie de cambios en los modos de vida de los actores característico del agro pampeano y peripampeano, que introdujeron nuevas pautas, aspiraciones, configuraciones subjetivas vinculadas al mundo urbano. En este sentido, cabe indagar hasta qué punto los cambios sucedidos en las décadas anteriores pueden haber dado lugar a la instalación de un nuevo modelo en el agro, sin que se generen resistencias políticas articuladas y sostenidas en el tiempo. Los modelos de desarrollo agrario precisan de individuos con subjetividades que los encarnen. Y, en la medida en que se van sedimentando nuevas formas de vida que se alejan (y no recrean) una producción de tipo familiar (predominante hasta los años 70 en la Argentina y asociada a estructuras agrarias dispersas y diversificadas), se dificulta la emergencia de disputas al modelo hegemónico.
La relevancia de abordar esta problemática se asocia, entonces, tanto al interés por conocer los procesos de construcción de hegemonía como las posibilidades de proyección de otro modelo agrario (menos concentrado y más diverso productivamente).